viernes, 15 de julio de 2011

NADA DE ESTE MUNDO PODRÁ SEPARARNOS, Capítulo 2


"Vagarás toda la Eternidad por este mundo, sin poderes. Siendo una más entre los mortales" 
-Duna a Alexia.

Adrián era un hombre asustado. 
Como sacerdote, alguna vez había tenido paz de espíritu. Sí, paz de espíritu era lo que le faltaba.
Podía soportar el peso de un asesinato a sangre fría, incluso el de haber mancillado para siempre su alma y haberse condenado para siempre pactando con un Demonio a cambio de placeres mortales. Todo eso lo podía asimilar intelectualmente. Sí, Adrián era listo, además de culto. Los hechos, se decía, eran asumibles.
Pero lo que no podía asimilar eran las emociones, que largo tiempo sometidas a un disciplinado control, ahora corrían desaforadas por su mente. Por sus venas. La culpa, la desesperación, la angustia, el deseo descontrolado, y sobre todo el miedo. 
El miedo a ser descubierto, el miedo a que todo su funesto pasado se supiera, el miedo a no poder controlar su ira y su deseo, y por encima de todos los miedos el miedo a una mujer que no era mujer y que veía en sus pesadillas todas las noches: Alexia. El miedo abarcaba todo su horizonte mental.
Adrián vivía sin apenas salir de su casa. Cuando se veía forzado a hacerlo, lo hacía siempre de día, buscando las multitudes, evitando las sombras y la soledad. En la masa hayaba consuelo porque tenía protección. Delante de la gente ninguno de esos... demonios... se atrevería a nada. Mucho menos aquella mujer...
Y sin embargo, allí estaba. Alexia. Parada frente a su casa, vestida de negro. Como de luto por los que van a morir.
Tenía los ojos clavados en él desde antes incluso de que Adrián moviera la cortina de la ventana, y sólo Dios (o el Diablo) sabía cuanto tiempo llevaba allí. Observando. Con esos ojos. Unos ojos helados capaz de congelar el infierno en un bloque de hielo y luego hacerlo estallar en un millón de pedazos tan sólo con una mirada. Tal era el odio que esa mujer irradiaba. Adrián se preparó para lo inevitable.
Bajó a la calle, atestada de gente, y se acercó sumisamente, incapaz de resistirse. Con todo, miraba recelosamente a su alrededor, como si esperara algún tipo de trampa.
-¿Qué quieres ahora de mí? -Susurró.
-Me ha dicho un pajarito que acabas de cobrar un adelanto de un editor. Enhorabuena.
La misma Alexia de siempre. Fuerte, burlona, orgulla de sí misma y satisfecha. Soberbia, superior, como un gato jugando con un ratón. "El ratón soy yo. ¡Maldita sea!"
-¿Cómo lo...? ¿Has usado tus poderes sobre mí?
-En absoluto. -Se mofó Alexia- Ropa nueva. Zapatos nuevos. Salta a la vista.
Adrián tragó saliva con dificultad. Le costaba levantar la mirada del suelo.
-Trabajo duro. No está el libro terminado, pero... Últimamente no tengo ganas de salir de casa. Ni de comer, y apenas de dormir. Sólo vivo para trabajar. Entregué unos capítulos y parece que les han gustado, porque me han pedido más -De repente, un dedo de Alexia con una afilada uña empezó a dibujar con suavidad las líneas del rostro de Adrián- Todo es ficción, por supuesto. Así se lo he dicho. -Tragó saliva con gravedad.
-Eso está bien. Pero que muy bien. Sabía que no estaba desperdiciando mi talento contigo. Pero ahora yo requiero algo de ti.
Alexia se acercó a él hasta pegar su cuerpo con el suyo.
-No te atreverás a hacerme nada delante de... -Empezó a decir Adrián.
-¿Eso crees? -Repuso Alexia de inmediato.
Adrián calló. Volvió a tragar saliva. Apenas podía atisbar aquel hermoso y tentador rostro de mujer. Su miedo le impedía hacerlo.
-¿Qué...? ¿Qué quieres, Alexia?
-Nada. Bueno, casi nada. Algo que no te costará ningún esfuerzo.
-¿El qué?
-El dinero que tengas en el banco. Todo tu dinero.
-¿Para qué necesitas tú dinero? -Preguntó, sorprendido.
De improviso, una férrea mano le atenazó el cabello y le obligó a doblegarse.


-Considerálo como parte del pago por el privilegio de mis servicios. -A pesar del esfuerzo la voz de Alexia seguía tranquila. Afilada.
-No entiendo. Pero si ya te vendí mi alma por...
-No hay nada que entender. -Le soltó, pero sólo para agarrarle del brazo, como si fueran una pareja- Sólo calla y camina. Vamos directos al banco, y si todavía eres creyente reza para que tengas dinero suficiente para lo que me propongo hacer.
-¿Qué te propones, Alexia?
Temía preguntarlo. Pero tenía la sospecha de que ella quería contarlo. Quizá por vanidad. O quizá para descargar parte del odio venenoso que llevaba dentro.
-Lo de siempre. -Contestó con su habitual suficiencia- Hacer arder este mundo miserable hasta los cimientos.


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